Saltar al contenido

Cómo afrontar el error en el siglo XXI

Estamos en una época en la que cometer errores rara vez supone una diferencia entre la vida y la muerte. Esto es un lujo del que durante miles de años nuestros antepasados no pudieron disfrutar. Pero es como si hoy nuestros genes aún arrastraran esa carga, no somos capaces de ver el error como lo que es, un simple daño colateral. Sentimos tanta aversión al fracaso que a veces nuestra meta se convierte en evitarlo, en vez de en dar un paso adelante.

Miedo a equivocarnos

Cuántas veces hemos escuchado (o formulado) una frase parecida a: Si no sabes del tema, no lo intentes o harás el ridículo. Si asumimos que debemos hacer lo que sabemos, ya que es la única manera de no cometer errores, nos quedamos con un triste pronóstico de desarrollo personal y profesional. Para evitar esto debemos hacer la reflexión contraria: solo sabemos de aquellas cosas que solemos hacer. Por lo que, realmente crecemos cuando nos enfrentamos a aquello que no conocemos.

Pero es habitual que, en una situación de incertidumbre, algunos pensamientos represivos ronden por nuestra cabeza sin habernos parado a analizar qué supone el error en sí, sin haber evaluado aún el riesgo ni las consecuencias. Es como si la herencia que nos ha quedado de miles de años viviendo entre depredadores y otros peligros mortales, fuera un short cut integrado en nuestro cerebro para evitar errores sin reflexionar si merece la pena asumirlos. Nos comportamos como si tuviéramos que tomar la decisión de abrir una puerta sin saber si detrás hay un león, un precipicio o simplemente una bronca de tu jefe, y a nadie se le ocurriera mirar por la mirilla.

Pero, ¿cómo miramos por la mirilla? Siendo conscientes, en cada situación, de las consecuencias reales de equivocarnos. Evaluando, de una manera objetiva, el riesgo que corremos al cometer un error, sin auto-engañarnos con desenlaces catastróficos que están lejos de la realidad o, por lo menos, son estadísticamente poco probables. Y, lo más importante, aceptando cuando los cometemos. No es lo mismo equivocarnos habiendo analizado previamente las consecuencias, que encontrárnoslas por sorpresa. Corrijo, el resultado es el mismo, pero nosotros no. En el primer caso comprendemos lo que ha pasado, en el segundo va a ser difícil aceptar el error.

¿Cómo aprender del error?

Para combatir esta inercia prehistórica, aparecen los más progresistas con una nueva filosofía: La experiencia y el aprendizaje se obtiene de los fracasos. Yo tampoco iría tan lejos. No hace falta radicalizarse en ningún sentido. No combatamos el fuego con fuego. Hay quien dice que del error se aprende, en mi opinión se aprende de lo que se aprende, sea un error o no. Pero, para aprender hay que hacer un trabajo de reflexión y luego de integración. No por cometer más errores aprendemos más. Precisamente, los humanos tenemos la cuestionable habilidad de poder cometer repetidas veces el mismo error, antes de comprender por qué sucede; antes, incluso, de llegar a identificar que es un error y, por supuesto, mucho antes de asumir que el error es nuestro.

Para los mas analíticos, en términos empresariales hay quien decide que el KPI es el número total de fracasos que cargas en tus espaldas. Esto me parece tan poco acertado como intentar valorar una campaña de marketing por la cantidad de dinero invertido en vez de por los resultados obtenidos. Desde mi punto de vista el KPI debería ser la cantidad de errores que cometíamos antes y hemos dejado de hacer. Trabajar en esto nos requiere llevar a cabo un proceso de observación y aprendizaje: saber qué errores cometemos actualmente (análisis), suponer por qué los hacemos (hipótesis), decidir qué haremos la próxima vez para evitarlos (prototipo), y finalmente medir los resultados (aprendizaje). Así de complejo me parece conseguir que un error sea provechoso, de modo que no veo por qué el número de fracasos debería tener ningún valor, igual que tampoco considero que deba ser castigado de ninguna manera.

Entonces, ¿cómo afronto un error?

Poder equivocarnos es un privilegio que no todos nos podemos permitir, ser conscientes de ello no tiene que hacernos olvidar que los errores son errores, no debemos entrar en pánico pero tampoco debemos abrazarlos sin más. Es decir, cometer errores es un lujo que debemos apreciar, pero no una virtud.

Para hacer frente al miedo a los errores podemos ser conscientes de las consecuencias reales del mismo y tomar riesgos calculados. Una vez ya se hayan cometido, si queremos aprender, debemos reflexionar sobre los ellos e integrar formulas para evitarlos. Sobre decidir si es bueno o no cometerlos, eso ya se lo dejo a otro.

Un comentario

Los comentarios están cerrados, pero los trackbacks y pingbacks están abiertos.