En la sociedad occidental hay una disonancia cognitiva: por un lado sentimos que ser ambiciosos es el comportamiento adecuado para encajar en el sistema, por otro, vemos que la ambición es una fuente de eterna infelicidad. El conformismo nos parece un comportamiento despreciable, de vagos; sin embargo, las personas más felices parecen conformarse con poco.
Encontrar el equilibro entre ambos comportamientos es una solución difícil de implementar porque, mientras hacemos malabarismos para lidiar con ellos, la sociedad nos etiqueta aplastante por cada actitud que mostramos: «Eres conformista.», «Eres ambicioso.» Pero resulta que no «somos», sino que «actuamos». Y es una diferencia importante porque nuestra forma de actuar podemos cambiarla (hasta varias veces durante un día), mientras que nuestra manera de ser, no es tan fácil de transformar.
Hay una tendencia a pensar que debemos elegir entre ser ambiciosos o conformistas ya que son comportamientos excluyentes.
La cultura de la ambición
En el mundo laboral no hay un equilibrio sino una respuesta correcta: ser ambicioso. Cuando queremos más de lo que tenemos, nos dicen que pensamos «a lo grande». Es normal que se valore la ambición en un ecosistema en el cual el objetivo es maximizar el beneficio hacia una tendencia infinita. No hay techo para la empresa, ¿por qué lo vas a tener tú?
Debemos dejar de cultivar la ambición como un comportamiento absoluto que debe desplazar al conformismo, al que se señala como la actitud del «perezoso», y comenzar a ver ambos comportamientos como opciones que tenemos a nuestro alcance en todo momento. Cortar con la presión de demostrar ambición continuamente para sentir que cumplimos con los estándares de las «personas de éxito» hollywoodienses.
A veces me pregunto si existe una persona ambiciosa en todas las facetas de su vida. Un ambicioso por naturaleza. Y lo primero que me viene a la cabeza es que hay personas que pueden volverse extremadamente competitivas por ganar a un juego de mesa. Pero cuidado, no son ambiciosas, son infantiles. No saben distinguir lo importante de lo irrelevante. Lo mismo le sucede a un niño. ¿Es así cómo debemos actuar? Como niños. ¿Veremos a las empresas de 2050 contratando niños porque tienen la «actitud correcta»?
Elegir en cada momento
No es ni malo ni bueno ser ambicioso, tampoco lo es ser conformista, solo son formas de afrontar la realidad que se nos presenta en el día a día. El problema aparece cuando un comportamiento puntual te transforma automáticamente en una persona conformista o ambiciosa. En un trabajo, tus logros como deportista pueden clasificarte como una persona ambiciosa, mientras que por un comentario como «con un café ya soy feliz» puedes ser etiquetado de conformista. ¿Por qué ser feliz con un café es conformismo?, ¿por qué no puedo ser conformista con los cafés y ambicioso en otras cosas?, ¿realmente es tan malo el café de la máquina?
Desde mi punto de vista, ambición y conformismo no son polos opuestos, no eres uno u el otro, en realidad puedes ser ambos, ya que los dos son comportamientos que tú puedes elegir usar en situaciones diferentes. Es decir, puedes decidir ser ambicioso en algunos casos y conformista en otros según te parezca más o menos relevante la situación que debes afrontar.
Por otro lado hay las personas a las que llamamos conformistas y, habitualmente, es porque ellos no dan importancia a aquello que tú sí le das. Las miras con cierto desprecio por no estar dejándose la piel en lo que tú has decidido que debe ser la lucha de todo el planeta. Quizás sea perezosa o, quizás, simplemente no compartan tu escala de valores. No los juzgues tan rápido.
Midiendo la ambición en la vida personal
En lo personal, la ambición explota en una euforia generalizada por vivir «al máximo». Hoy parece que si durante las vacaciones no has viajado a tres países y saltado en paracaídas no eres lo suficiente “ambicioso” con tu vida. Carpe diem. Alguien se acerca y en tono reflexivo te pregunta “si hoy fuera tu último día, ¿qué harías?”. Saltar en paracaídas seguro que no.
Confundimos la ambición con hacer muchas cosas de forma superficial. Alguien dirá que la culpa es de las redes sociales, porque ahora lo único que cuenta es el like en la foto, pero yo diría que es al revés, las redes sociales son como son (poner likes en fotos) porque medimos la ambición y el éxito por el número de acontecimientos y la rareza de los mismos, en lugar de por la calidad de estos.
Si caminamos por el monte Fuji, buceamos en Indonesia y una semana después estamos en Madagascar cuidando lémures, pensamos que hemos vivido más plenamente que si nos hemos quedado en casa leyendo novelas todo el verano. La lectura nos puede haber dado una experiencia mucho más rica y quizás hemos crecido más como personas, pero es poco fotopalpable y a nadie le importa tu desarrollo personal. La ambición está mal calibrada, la deberíamos medir más por la profundidad que alcanzamos en lo que hacemos y por la capacidad de disfrutar del proceso.
Por supuesto, no tengo nada en contra de quien quiera atiborrar su vida de momentos triviales para rellenar sus redes sociales de «ambición» (aunque tampoco lo admiro). Pero el artículo es más bien un reclamo a tomar la decisión de ser ambiciosos o conformistas en cada momento y de forma consciente y, por otro lado, ofrecer una alternativa a una ambición medida por la calidad en vez de por la cantidad.
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