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Y tú, ¿tienes una obsesión con la productividad?

Hay una tendencia a ver la productividad como una enfermedad de este siglo, donde todos corremos como pollos sin cabeza sin parar de hacer cosas. Mi opinión es diferente, tenemos la suerte de haber nacido en un mundo en el que puedes dedicar la mayor parte de tu tiempo a lo que quieras: Muchos de nosotros podemos elegir nuestro trabajo, si tener un familia o no (en otra época la presión social tenía más influencia), podemos elegir nuestras aficiones aunque no estén geográficamente a nuestro alcance y aprender absolutamente cualquier materia que nos apetezca.

Sin embargo, hay una percepción de ansiedad generalizada, y no parece que pasar los domingos a mirando Netflix en el sofá nos ayude a relajarnos, más bien lo contrario. La pregunta es, ¿cómo puede ser que, con la libertad para poder embarcarte en los proyectos que más te apasionan, o para no hacer absolutamente nada si se prefiere, haya tanta gente con mal estar?

Gran parte de este público considera que el problema es la creciente obsesión por la productividad. Pero la productividad, desde mi punto de vista, consiste en ser lo suficientemente efectivo para conseguir aquellas cosas que nos proponemos y aún así tener tiempo para desconectar sin preocuparnos. Lo cuál no me parece la enfermedad sino la solución.

Probablemente no todos lo vemos igual, y creo que tiene que ver con los matices y la forma de interpretar el concepto de productividad. Abajo dejo algunas reflexiones de cómo yo interpreto este concepto y qué problemas creo que soluciona.

El tiempo y el descanso

A menudo se atribuye a la productividad la falta de tiempo para descansar y desconectar: La productividad no te dice que no descanses. Todo el contrario, si consigues ser más productivo tendrás más tiempo libre. Pero si sientes que te falta el tiempo para hacer lo que quieres probablemente sea debido a uno de estos dos problemas:

El primero es cómo desconectas, porque incluso lo que no es trabajar te puede agotar. Tener que elegir la peli de Netflix el domingo también es una decisión con miles de opciones. Tu cabeza no entiende que elijas una al azar, quiere que analices todas las opciones disponibles antes de ponerte a ver la película. Incluso cuando has elegido una película a menudo continúa pensando si realmente te apetece y si aún hay tiempo para cambiar. Así que, lo que a menudo se le llama “descansar”, no es el equivalente a tirarte en un prado y no hacer nada.

El segundo problema es la cantidad de cosas que nos sentimos con la obligación de hacer: Mindfulness, ejercicio, yoga, leer, salir de fiesta, ir al restaurante nuevo, ordenar las fotos del viaje a Hawaii, mejorar nuestra habilidad de presentar en público, etc. En este caso, el problema no es la productividad, sino la falta de elección. Lo cual nos lleva al siguiente punto.

La toma de decisiones

Con la cantidad de posibilidades que hay hoy lo difícil es centrarse en una sola, y como cada empresa quiere vender su producto, a veces parece que si no lo haces todo no puedes llegar a ser feliz. El truco es verlo al revés, probablemente puedes ser feliz sin hacer absolutamente nada (ni mindfulness, ni yoga, ni leer libros, ni hacer ejercicio, ni tampoco ordenar las fotos de Hawaii). Sabiendo esto, pregúntate, ¿qué quieres conseguir?

Estas son las decisiones importantes, mucho más que la película de Netflix del domingo por la tarde y, sin embargo, no dedicamos tiempo a analizar bien nuestra elección. Y es lógico porque venimos de una época en la que te decían lo que debías hacer: Si tu familia era de médicos, serías probablemente médico; si querías practicar un deporte, el que quedara más cerca de casa; si tenías que montar un negocio, lo montabas de un tema que ya conocías. Hoy ya no es así. Por supuesto, es más fácil que te digan qué debes hacer, pero ahora estamos en un momento en el que puedes elegir entre miles de opciones, lo cual, si no tienes un método adecuado, genera ansiedad.

Querer hacerlo todo no es ser productivo, saber elegir tus batallas sí. Incluso hacer lo mínimo es ser productivo si has dedicado el tiempo a analizar tu elección. Así que, actualmente, habilidades como la toma de decisiones parecen herramientas mucho más importantes que antes. Si oyes a alguien diciendo “en mi época no se le daban tantas vueltas a las cosas” explicale que en su época tampoco había tantas cosas a las que darles vueltas. Y esto nos lleva a otro punto importante…

Es un error pensar que las estrategias de antes continúan siendo útiles ahora

Quien no entiende esto es lógico que no entienda el interés de la sociedad por las herramientas de productividad: No podemos hacer lo mismo de antes porque el panorama ha cambiado. Un buen ejemplo es que en tu bolsillo tienes una herramienta que, aunque es útil, genera una tentación contra la que tienes que luchar casi cada minuto: El móvil. Así que hoy en día tienes que aprender algo tan random como a usar correctamente tu smartphone. Y sí, probablemente otras generaciones no entenderán de qué hablas o les parecerá una chorrada, pero tú sabes que el móvil es un arma de doble filo. Primero, es una fuente de emociones negativas, ya que estás en constante contacto con mucha gente para lo bueno y para lo malo y segundo, es tu mayor causa de distracción.

Esto nos lleva a dos problemas que antes no eran tan importantes: La falta de gestión emocional y la lucha contra los estímulos externos.

Falta de gestión emocional

Un problema que se ha acentuado es la falta de gestión emocional y no saber relativizar. Las redes sociales tienen muchos beneficios, pero también generan envidia, recelo, frustración, culpa y odio. Pongamos un ejemplo, si estás intentando mejorar en un instrumento, al entrar en las redes sociales puedes sentirte frustrado al ver la cantidad de gente que mejora más que tú, o que está tocando en directo, o que ha lanzado un álbum y tiene muchas visitas en Spotify. No eres una mala persona por sentir esto, de algún modo estamos hechos para competir y ver que los demás ganan la carrera no nos gusta. Las redes sociales estimulan este tipo de emociones, lo cuál parece que ha generado una hipersensibilidad a lo que hacen los demás que acaba en más decepciones que alegrías.

El problema, de nuevo, no es la productividad, sino la falta de herramientas para gestionar las emociones. Un ejemplo de la incapacidad de gestionar nuestras emociones es que, a menudo, se busca tomar medidas drásticas, como cerrar todas las redes sociales, sin embargo, personalmente creo que es mucho más interesante poder decidir cuándo y cómo mirarlas para ser capaces de usar estas emociones a nuestro favor. El estrés es bueno en la justa medida, nos ayuda a levantarnos del sofá, a repensar nuestra estrategia, a luchar el día que dábamos por perdido. Volviendo al ejemplo, mirar stories de otros músicos nos puede deprimir o nos puede poner las pilas, todo depende de en qué estado emocional estés tú. Para ello, tenemos que aprender a escucharnos un poco más para entender cuándo nos ayudará y cuándo no.

Como comentario adicional, creo que también es un buen momento para frenar la tendencia de querer sentir solo emociones positivas y comenzar a normalizar las emociones negativas. No creo que haya nada malo en tener emociones negativas, sino cómo actúas cuando las tienes. Pero esto es un tema para otro artículo.

La lucha contra los estímulos externos

El otro problema es la vorágine a la que te conduce la constante búsqueda de dopamina rápida. Es más fácil dejarte llevar por los estímulos generados por comprarte algo, mirar una peli o meterte en instagram, que buscar los estímulos en cosas como aprender un instrumento, leer un libro o escribir una novela. Tu cerebro no distingue qué estímulo es mejor para tí en términos de realización personal, solo distingue que uno es más fácil de conseguir que el otro, es decir, para él, ambos generan dopamina, pero uno requiere menos esfuerzo. Pero nosotros sabemos que a la larga, la felicidad de haber conseguido escribir una novela no es la misma que la de haber estado toda la vida mirando Instagram (habrá excepciones); lo cual, de nuevo, nos deja ver la importancia de herramientas como la toma de decisiones, la disciplina o la capacidad de concentración para no sentirnos desbordados por todo los incentivos de dopamina fácil que tenemos a nuestro alrededor y centrarnos en lo que realmente nos importa.

Si no, acabamos haciendo algo que se le atribuye a menudo a la productividad, pero poco tiene nada que ver con ella: El multitasking. Lo cual genera que más y más personas sientan que no están suficientemente presentes en sus vidas. Si te dejas llevar por la inercia y la dopamina, acabarás bañando a tu hijo mientras juegas al Candy crash (y no veo que la productividad te obligue a jugar al Candy crash). Personalmente no considero que el multitasking sea 100% malo. Creo que depende de la naturaleza del trabajo que te toque hacer. Si debes escribir un informe importante, mejor no intentes contestar mensajes al mismo tiempo, sin embargo, poder estar mirando el instagram sentado en la taza del váter no parece tan mala idea. Así que, de nuevo, creo que lo importante es saber elegir.

Productividad improductiva

Por otro lado, reconozco que la productividad sin control suele ser poco productiva, de nada sirve aprender una técnica para organizar tus reuniones si tienes dos al día o dedicar una hora al día a mejorar tu capacidad de concentración si ya de por sí eres una persona que te concentras con facilidad. Tenemos que evaluar qué necesidades tenemos antes de lanzarnos a adoptar herramientas de productividad. Aprender cualquier nueva técnica que salga en el mercado, sin evaluar el impacto que tendrá en nuestras vidas, no es productividad, es simplemente consumismo. Es lo mismo que haces cuando compras unos zapatos nuevos que no necesitas.

Por otro lado, del mismo modo que sucede con cualquier tendencia, aparecen productos basura que nos intentan vender ideas falsas y que debemos ser capaces de distinguir de lo que realmente es productividad. Si intentan venderte un método para leer un libro al día, tienes que plantearte, no solamente si lo necesitas, sino si realmente es factible y qué calidad tiene esa lectura.

Las expectativas de unos y de otros

Parte de la ansiedad por ser productivo se basa en las expectativas de los demás sobre ti. Si tu jefe te llama los fines de semana mientras estás con tu familia y espera que trabajes mientras preparas la barbacoa, el mal no es la productividad, es tu jefe. Aunque hubiese una tendencia real a pedir a los empleados que trabajaran más horas y a contactar con ellos en sus ratos libres, no parece que la productividad tenga nada que ver con ello, más bien la moral de la empresa en la que trabajas. Por otro lado, sí parece que hay una tendencia opuesta, la de regocijarnos de la cantidad de trabajo que tenemos, enviar emails los domingos y criticar a los que trabajan ocho horas con un «a ese se le cae el boli». En cualquier caso ser productivo es justo eso, ser capaz de hacer tus tareas trabajando las horas que debes.

Hablando de expectativas, si somos nosotros los que creemos que los demás tienen un problema con la productividad, o que se les cae el boli, aquí dejo una reflexión: No es lo que yo creo que debería ser, es lo que cada uno quiere. Hay quien disfruta dedicando toda su vida y cada segundo de ella a trabajar, hay quien quiere hacer sus ocho horas y hay quien disfruta pasando cada segundo en el sofá. Somos diferentes, aceptémoslo. Dejemos de mirar de reojo a los que se comportan de formas incomprensibles para nosotros. Que el otro tenga unos valores diferentes no quiere decir que no sean adecuados. No importa qué consigas tú o él, al final, lo que importa es cómo queremos dedicar un tiempo que acabará desapareciendo para todos. Que cada uno lo gaste en lo que quiera. 

Conclusión

Venimos de una época en la que la gente no tenía tantas opciones sobre dónde invertir el tiempo, ni tantas tentaciones al alcance de la mano, ni tantos estímulos que causan estrés. La “productividad” es una habilidad necesaria para lidiar con todo esto, sin embargo, hay gente que lo ve al revés, cree que el interés por la productividad es la causa del problema. No lo es, ni siquiera es el síntoma, es la solución. Es como si alguien observa que siempre que le das jarabe a tu hijo, este está enfermo, relaciona los hechos y te dice que lo que debes hacer es dejar de darle jarabe. 

Productividad es elegir que cuando estás con tu familia estás haciendo algo importante, que no harás nada más al mismo tiempo y que además tienes la tranquilidad de saber que el resto de tareas las has finalizado. Y no al revés. La persona que está mirando Instagram mientras está con su familia, y al mismo tiempo no se quita de la cabeza la presentación que no acabó el viernes, sintiéndose mal porque le gustaría estar en la clase de yoga, y se queja de cómo la cultura de la productividad le genera ansiedad, lo que le falta es, justamente, productividad.

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